Mientras muchos inversores siguen mirando solo a las bolsas y a la tecnología, hay un movimiento de fondo que pasa más desapercibido pero que puede tener un impacto enorme a partir de 2026 y 2027. Las materias primas y la energía vuelven a situarse en el centro del tablero. No como una moda pasajera, sino como uno de esos ejes que, cuando se activan, cambian muchas cosas a la vez. Precios, inflación, crecimiento económico, tipos de interés, beneficios empresariales y también el comportamiento de los fondos.

Ahora mismo el escenario es curioso, porque venimos de años de mucha tensión en los mercados energéticos, con precios disparados en algunos momentos, y empezamos a ver señales de enfriamiento. Pero ese enfriamiento no significa que el riesgo haya desaparecido. Al revés. Puede que solo estemos entrando en una nueva fase del ciclo.
En 2025 ya se empieza a notar cierta presión a la baja en algunas materias primas, sobre todo en las más ligadas al consumo industrial puro. La demanda global crece menos de lo que se esperaba y la oferta en algunos sectores vuelve a sobrar. Esto suele provocar una sensación de calma que, muchas veces, es solo temporal.
El nuevo equilibrio entre oferta y demanda
El gran asunto de fondo es el equilibrio entre lo que el mundo consume y lo que el mundo produce. Durante años la producción de energía y determinadas materias primas fue muy contenida. Se invertía poco, se cerraban proyectos y el foco estaba en otros sectores. Eso generó escasez y precios altos.
Ahora la situación empieza a cambiar. Se han reactivado explotaciones, ha aumentado la producción de petróleo en varios países y algunas cadenas de suministro vuelven a funcionar con más normalidad. Esto provoca algo muy típico en los mercados de materias primas, un exceso de oferta puntual que presiona los precios a la baja.
Pero esto no afecta a todo por igual. Aquí conviene hacer una distinción importante. Las materias primas tradicionales, como el petróleo o algunos metales industriales, pueden pasar por una fase de ajuste. Sin embargo, los recursos ligados a la transición energética viven otra película distinta. Cobre, litio, níquel, tierras raras, uranio, todos estos materiales siguen teniendo una demanda estructural fuerte porque el mundo no ha dejado de electrificarse, ni de automatizarse, ni de invertir en nuevas redes y almacenamiento de energía.
Eso genera una especie de mercado a dos velocidades. Por un lado, recursos más cíclicos, muy sensibles al crecimiento económico. Por otro, recursos estratégicos, con una demanda casi política. Esta convivencia de realidades distintas es lo que puede hacer que 2026 y 2027 sean años especialmente interesantes para este sector.
Y además está el factor geopolítico, que nunca desaparece del todo. Basta cualquier tensión en una zona productora clave para que el mercado pase de la calma a la nerviosidad en cuestión de días. Esto ya lo hemos visto demasiadas veces como para ignorarlo.
Qué implica todo esto para los mercados y para ti
Cuando materias primas y energía entran en una fase decisiva, no solo se mueven esos activos. Se mueve todo el ecosistema financiero que los rodea. La inflación puede volver a tensarse, los bancos centrales ajustan su discurso, los costes empresariales cambian y los beneficios de muchas compañías se ven afectados. Es un efecto dominó.
Si inviertes en fondos, aunque no tengas ninguno específico de materias primas, es muy probable que estés expuesto a este movimiento sin saberlo. Sectores como industria, transporte, químicas, construcción, energéticas o incluso tecnología dependen directamente del coste de los recursos. Cuando estos se mueven, las valoraciones también lo hacen.
Aquí es donde mucha gente se equivoca. Mira solo el gráfico del fondo que tiene y no se pregunta qué hay debajo. No se pregunta de qué depende realmente su rentabilidad. Y en un entorno como el que viene, entender esto es clave.
Una cartera muy dependiente de energía barata funciona de maravilla cuando el precio está bajo. Pero sufre cuando el ciclo se gira. Al revés también ocurre. Las compañías de recursos sufren en los momentos de exceso de oferta, pero son las primeras que despegan cuando el mercado empieza a ajustar de nuevo.
Por eso, más que adivinar si el precio del petróleo subirá o bajará dentro de seis meses, lo inteligente es plantearse si tu cartera está preparada para moverse en un escenario de volatilidad en materias primas y energía. No se trata de apostar todo a un sector, sino de entender qué peso tiene cada pieza en el conjunto.
También es importante tener claro que estos ciclos no son rápidos. No hablamos de semanas, hablamos de años. El movimiento que se empieza a construir en 2025 puede desarrollarse plenamente en 2026 y consolidarse en 2027. Aquí gana el que sabe esperar, no el que entra y sale todo el rato.
Las materias primas y la energía siempre han sido un termómetro del estado real de la economía. No se mueven solo por expectativas, se mueven por consumo, por producción, por decisiones estratégicas de países enteros. Por eso, cuando empiezan a enviar señales, conviene escucharlas.
Puede que 2026 no sea todavía el año del gran titular sobre las materias primas. Pero sí puede ser el año en el que se sienten las bases del próximo gran movimiento. Y cuando el mercado lo vea claro, los precios ya no estarán donde estaban.